No son muchas las ocasiones -y menos en aquel segundo lustro de los sesenta- en las que un director convierte su cámara en su tercer brazo, y, con una naturalidad pasmosa e insultante va esculpiendo, no a golpe de martillo y cincel, no, sino a golpe de ingenio, de meticulosidad y de poesía una de esas perennnes esculturas que elevan el 7º arte cinematográfico a cualquiera de los tres lugares del podio (el que ustedes elijan). Rosenberg está inspirado, la creatividad le sale por todos sus poros y tiene el don de transformar lo vulgar en pura clase. Inventa y acierta, se arriesga y gana, se esfuerza y es recompensado. No falla. No falla en toda la película.
Y ¿Newman? ¿Lo que diga de su interpretación puede servir de algo? ¿Recuerdan cuando se queda solo con esos ridículos guantes de boxeo golpeando al aire? Y el tipo se va sonriendo, triunfante. Verdaderamente yo no tengo nivel, ni categoría, ni vocabulario para loar ARTE semejante. Lo que hace Newman con el personaje de Luke es maravilloso. Pero no olvidemos algo muy importante. Newman realiza un trabajo extraordinario porque Newman es diferente. Como Luke. Y, seguramente, desde que Luke nace empiezan los problemas, porque como ya se sabe (creo), la sociedad perdona todo menos que seas diferente, es decir, incomprensible en el reino de la igualdad y de lo mediocre. Y el campeón del mundo de la mediocridad es el alcaide de la prisión. "Lo que pasa es que hay algunos que no quieren comprender" repite con su cara de bobo y desquiciado. Pero es él quien no comprende nada. Y menos aún sus ayudantes, tan grises como los uniformes que llevan, tan sumisos como el más rastrero de los lameculos, tan valientes como su recortada y su cuadrilla de gandules se lo permiten. Cuando ven a Luke se cagan en los pantalones, no por miedo, sino porque Luke es el reflejo de la libertad que ellos jamás tendrán. Y no... no lo pueden soportar.