Es infinita y larguísima y pesadísima y no acaba nunca y se extiende y te duerme, a muerte.
Es como aquella de Bud Spencer y Terence Hll, Dos súper dos, en la que hacen o tienen que pasarse o fingirse maiposones para obrar con disimulo, aquí igual, mariconsón de día (¿solo?), zorro o zorreras de noche, pluma y punta, decúbito prono y supino, puente pino, en todos los casos ¿casto, qué sabe nadie, eso parece o es lo que (no) vemos, como ninguno?, un campanudo pelma de mucho cuidado seguro.
La película es tonta, ridícula, infantil, grotesca, pero, en su favor hay que decir, se la toman a guasa como con esa cancioncilla tan propia de la obra magna del dúo inmortal citado más arriba y que aquí no pega ni con cola y vaya qué cojones importa.
Por otro lado es un espagueti western pasado a limpio o por agua, escalfado, impoluto, sin polvo ni paja, para infantes difuntos.
Y finalmente y sobre todo es una importante mamarrachada en la que tal vez se puedan salvar los ojos del maromo Delon, la luz del (a pleno) sol, y qué sé yo..., que tiene definitivamente, o a eso apunta, como un final o ansí.