Después del pseudodocumental turístico inicial digno de Lonely planet, (ya puestos Ian Wright podría haber compuesto el papel de Bardem, teniendo en cuenta que también es pintor), que dudamos si ha sido iniciativa artística de Woody Allen o imperativo categórico de sus financiadores, nos encontramos de bruces con una continuación ominosa de lo que fue su último trabajo, El sueño de Casandra, esta vez con tintes más ¿cómicos? pero iguales resultados, una llaneza desoladora y un guión mantenido con chinchetas. Todo ello aderezado con una voz en off absolutamente desafortunada que nos introduce, nos guía y nos mece como si los espectadores fuéramos niños de primaria. ¿Por qué Woody? ¿en que momento perdiste la fluidez de tus guiones? ¿esa verborrea tan característica? Por no citar la representación que se da de esta piel de toro, digna de aquella adorable fábula que fue Misión imposible 2. La incursión de Penélope Cruz es lo único que relanza levemente el vuelo del largometraje, por la comicidad de su personaje (dudo si a voluntad del director o contra ella). Desde que se dio a conocer el título las expectativas no podían ser muy altas; dudo si el error de Allen ha sido abandonar Nueva York para realizar su periplo europeo o si definitivamente ya ha emitido su canto del cisne.