Vi las dos primeras películas de Harry Potter sin haber cogido nunca uno de sus libros, pero en los dos años que separaron la segunda de la tercera unos familiares -creyendo que era un fan de J.K. Rowling- me regalaron el quinto libro y me lo leí. Y me enganché, leyéndome el cuarto a continuación. El caso es que llegué a la tercera película sabiendo muchas cosas y con apenas ningún as para la sorpresa (spoiler). Sin embargo, a pesar de que el panorama apuntaba bajo, Cuarón narra la historia tan bien que no me importó saberlo ya casi todo de antemano y lo que no sabía me sorprendió.
Y es que hay muchas novedades. Cambia la tonalidad (más colorista pero al mismo tiempo más oscurecida que en las anteriores entregas), cambia el vestuario (los alumnos ya no son niños y, en cuanto pueden, prescinden del uniforme y van con ropa de calle), cambian los escenarios (Hogwarts pasa a mostrar más espacios abiertos) y hasta cambia Dumbledore (no lo negaré, Richard Harris tenía más pinta de mago venerable e infalible, pero fue una decisión creativa de Cuarón, que quería un nuevo Dumbledore que no se pareciera al antiguo en nada, que tampoco estropea al personaje -Michael Gambon hace una solvente labor- y que dado que en esta cinta su papel es reducido te sirve para acostumbrarte a verlo).
La historia, a pesar de los criticados cambios respecto al libro (que a mi no me han parecido mal), avanza fluida desde el principio hasta el desenlace, amenizada por una hermosa banda sonora. Un gozo de película. Lástima que en la cuarta entrega cambiaran de director.