La debutante Mar Coll se estrena con un film que gira alrededor de una familia que se reune por una circunstancia luctuosa, la muerte del patriarca. De hecho, los tres días que cita el título del film es el tiempo que pasa Lea (Nausicaa Bonnín), junto a sus familiares. Llegada desde Toulouse donde supuestamente está estudiando, este personaje, con buen acierto por parte de la realizadora, será el hilo conductor a través del cual vamos conociendo a todos los miembros de la familia.

El film, rodado con presupuesto modesto, tiene un cierto aire al cine francés, no sólo porque la familia de Lea es lo que se podría llamar una familia acomodada, burguesa, sinó también por lo que tiene de introspectivo (al menos la intención de ahondar en los asuntos familiares) y la voluntad de sacar a la luz aspectos diversos desde los más triviales a otros más espinosos. Y todo esto lo hace buscando sobretodo la espontaneidad, la cámara de Coll contempla a la familia en la distancia, desgranando los acontecimientos de forma natural, realista, casi a modo de documental. Aunque la realizadora no sólo sabe captar las palabras sinó también sus silencios que no son menos importantes para entender las intenciones y motivaciones de sus personajes. A través de todo esto vamos conociendo las interioridades de la familia de Lea a base de círculos concéntricos que se van ampliando. Es decir, primero vamos conociendo cosas del círculo íntimo de la protagonista, sus propias relaciones sentimentales, la relación personal con sus padres, la tormentosa relación que tienen sus padres, para después ir ampliando el círculo y nos vamos enterando de la relación del abuelo con los hijos, la relación entre los propios hermanos, los primos etc.

Con gran sutileza, plano a plano, conversación a conversación, se va desprendiendo el barniz de formalidad inicial con que los personajes se relacionan entre ellos y vamos conociendo las diversas tensiones familiares, antiguos rencores larvados y en general cierta hipocresía. Coll sabe transmitir esa hipocresía familiar que todos en algún momento hemos practicado en reuniones familiares parecidas.

A la sobriedad de la puesta en escena, y también una cierta frialdad desapasionada (la secuencia de la comida familiar final es ejemplar en este sentido y resume perfectamente el espíritu que la realizadora quiere transmitir a través de sus imágenes), hay que añadir una excelente dirección de actores. En especial destaca la composición de la joven Nausicaa Bonnín cuya mirada acaba siendo la mirada de la directora, que en ocasiones parece estar contemplando a un grupo de extraños que dicen conocerse y ser familia. Bonnín sabe transmitir la desazón sentimental y su repudia a la falsa formalidad de sus familiares más preocupados de mantener las apariencias que en abrirse realmente y mostrar algo de calidez. Pero sería injusto no mencionar al resto del reparto, como Eduard Fernández.