Kon-Tiki es un acierto. Un triunfo de la cinematografía noruega, siempre tan desconocida, y me atrevería a decir que de la europea en general, porque pocas veces tiene el Viejo Continente la oportunidad de ofrecer cintas tan logradas, arriesgadas y visualmente poderosas como la que nos ocupa aquí.
Tomando como punto de partida la historia verídica de la expedición en balsa que llevó a cabo Thor Heyerdahl, Kon-Tiki nos cuenta la enésima historia acerca del espíritu de supervivencia humano y de la persecución de los sueños y las ilusiones cuesten lo que cuesten, pero lo hace con muchísimo entretenimiento, con unos efectos increíbles (ver las escenas con los animales, imagino que no reales, visto lo que se hace con ellos) y con la dificultad añadida de haber sido rodada verdaderamente en alta mar y no en un estudio. El esfuerzo físico y actoral de todos los intérpretes es admirable y emotivo y la película se deja ver muy bien sin ninguna complicación.
Sin embargo, la historia carece de un componente emocional. Es más una aventura que otra cosa. Una aventura mayúscula, qué duda cabe, y muy bien hecha en la pantalla, pero se echa de menos algo más de emoción más allá de la tensión por ver si las tormentas destrozan la balsa o sus ocupantes son devorados por tiburones. Y Joachim Ronning y Espen Sandberg no son precisamente Ang Lee en La Vida de Pi, lo que quiere decir que a la puesta en escena se le podría haber sacado más partido (quizá no lo permitieron las condiciones en mar abierto, y aun así regalan escenas preciosas, como la de los expedicionarios observando las medusas bajo el agua).
En definitiva, una buena historia y una buena película.

Lo mejor: La tensión, muy bien conseguida, el esfuerzo de los actores y el sabor clásico de aventura que tiene.
Lo peor: Está rodada con algo de dejadez y no resulta emocionante desde el punto de vista humano.