Cuando uno está viendo Death Proof, y si conoce bien el universo Tarantino, no puede evitar pensar: "Ésta es la película que siempre ha querido hacer". Música por un tubo, chicas despampanantes, un viejo mito del cine, violencia, persecuciones, en fin, todos los ingredientes para obtener un producto de lo más entretenido, si cae en las manos adecuadas.
Afortunadamente, Death Proof está dirigida por Tarantino. No la podría haber hecho otro director. En cada película que hace, Tarantino es más personal, quiere transmitirnos su mundo, sus filias y su cinefagia. Por eso tal vez se le cuestiona cada vez más.
Death Proof es puro Tarantino. Si quitamos la primera media hora, poco inspirada y repetitiva, el resto es pura diversión. Las escenas de acción son simplemente espectaculares, de lo mejor que yo haya visto en mucho tiempo, y además rodadas al modo antiguo, sin trucos, hiperreales. También es hiperreal la captación a través del diálogo del mundo femenino, algo verdaderamente admirable en esta película, con unas actrices verdaderamente geniales (Zoe Bell, auténtico descubrimiento, y también la hija de Poitier). Y, en contraste con ese mundo femenino, está Kurt Russell, Stuntman Mike (no me imagino a otro actor en el papel), un personaje curiosísimo, que va de un extremo a otro, de ser amenazador a ser casi una parodia de sí mismo.
Death Proof es un crescendo, hasta llegar a su última media hora, de auténtico vértigo, que te pega al asiento y no te suelta hasta el último segundo. Y cuando termina, uno quiere volver a verla diez o doce veces más. Ésa, creo yo, es la prueba de fuego para saber si una película de Tarantino es buena o no. Y de Death Proof dirán lo que quieran, pero nadie puede negar, en palabras de Tarantino, lo jodidamente divertida que es.