Si a los 30 minutos de película estaba pensando que, quizá, estaba ante la mejor 007 de su historia, en los últimos 30 pensaba que alguien debería haberle dicho a Sam Mendes que no siguiera por ese camino.

Me puedo permitir prescrindir en una película de James Bond del glamour, o de las mujeres exóticas y deslumbrantes, o del malo malísimo con un inmenso poder oscuro y perverso, o de los inventos de Q, o de cualquiera de sus señas de indentidad, pero no de todas a la vez.

Si la primera media hora me ilusionó por su ritmo y por un estilo fresco que le sentaba perfectamente al desarrollo de la historia, me descompuse en la última media hora. No sé si podré ver otro James Bond sin dejar de recordar su triste y solitaria infancia. ¿Por qué coño tienen que contarme su infancia? ¿O es que antes el espectador salía de las salas de cine dándole vueltas a cual fue la infancia de este tipo?

Cuéntenme como 007 salva el mundo, no como le empezaron a salir pelos en sus adolescentes gónadas!!!