“Trance” es otra buena muestra de que Danny Boyle sigue siendo de los directores más imaginativos y virtuosos del cine actual. La historia del subastador que tras robar un cuadro pierde la memoria está filmada de una manera atractiva que atrapa al espectador desde la primera escena (un prodigio de recursos narrativos ese robo inicial) y no lo suelta durante buena parte del metraje. El problema es que a Boyle se le advierte una tendencia a querer rizar el rizo, a ofrecer más de lo que la historia demanda y no acaba de encontrar el tono adecuado en ningún momento. Si a ello añadimos que el espectador se ve obligado a realizar un esfuerzo semejante al del protagonista por recuperar sus recuerdos, para tragar con el argumento nos daremos cuenta que estamos ante una película entretenida, eso es innegable, pero de sabor agridulce.

James McAvoy no da la talla como héroe de la función. No es creíble y por momentos parece que ni siquiera él se tome en serio a su personaje. Tampoco la banda de atracadores funciona como debería hacerlo. Y solo Rosario Dawson (impresionante el plano de su cuerpo desnudo, y en ningún momento gratuito como se comprueba más adelante) y Vincent Cassel ofrecen sólidas interpretaciones, aunque la relación entre ambos personajes roce el desconcierto.

Con todo estamos ante un thriller que acaba ofreciendo menos de lo que en principio prometía. Un pequeño tropiezo en la filmografía de su director, que no obstante sigue conservando las virtudes que le han acompañado a lo largo de su carrera, entendiendo el cine como un espectáculo ante todo visual y buscando siempre el puro entretenimiento por encima de cualquier otro objetivo.

Lo mejor: su impecable acabado estético.

Lo peor: que no logre hipnotizarnos.