Producción neozelandesa ambientada en los años 50 y que, por desconocida que sea para el gran público, su visionado guarda un parecido con “Criaturas Celestiales” (Heavenly Creatures, 1994) de Peter Jackson, con una carga psicológico similar aunque sin los mismos efectos y ambición rodados.

La protagonista es una joven profesora (Donogh Rees), con sus pensamientos más allí que para aquí. Viviendo aún con sus padres, se encierra en su habitación mirándose al espejo, y actuando como el personaje de Gilda, mostrando unas formas más propias de una película que del mundo real, Constance se comporta con la conservadora comunidad que la rodea, intentando seducir a los hijos de las Presidentas de la Asociación de Madres, a los de los Obispos y que, más que esperar un grado más alto de su sencilla posición social, su intención es ser observada y atendida como una estrella de cine poniéndose a la altura de una Norma Desmond antes que una falsa imitación Rita Hayworth de liso pelo rubio.

En su conjunto pero, es un desaprovechado film por lo desaprovechado de su tratamiento. Vale la pena algunos momentos como la transformación de algunos de los personajes secundarios, de serenidad a locura, por la incondicional presencia de Constance, sin manera de sacarla de sus sueños. Por lo que, como drama emerge más, pero se queda a la deriva por un flojo argumento y diálogos simples.