Presentándolo como el octavo film de una aclamada carrera como director, Quentin Tarantino realizó su segunda película del Oeste consecutiva tras “Django desencadenado” (Unchained Django, 2014) y ambientándolo en los aislados y nevados parajes montañosos de Wyoming, donde una tormenta de nieve y otra de violencia y sangre se desata entre los ya desbocados protagonistas encerrados en un refugio que haría temblar a cualquier viajero de paso... Eso si sobrevive al frío.. Así pues nos hallamos ante una ingeniosa trampa mortal en formato western que vale la pena tener en cuenta, superando los elaborados diálogos entre los cazadores de recompensas, verdugos, exoficiales confederados y fugitivos que se encuentran en lo que debería ser una acogedora cabaña.

Con “The Hateful Eight” no solo Quentin Tarantino ha reafirmado su condición de infatigable malabarista a la hora de introducirnos poco a poco a una historia que irá a un elevado “in crescendo” hasta su desenlace sorprendente. Mantener despierto el interés al espectador, es lo que más le importa al artesano e inquieto de Quentin que, a pesar de todo, juega con sus cartas y sus esquemas, en ese caso, basándose en un procedimiento argumental con connotaciones similares a la película que lo lanzó a la fama veinticinco años antes: “Reservoir Dogs” (1991).