Un ejercicio monumental de espontaneidad, cubierto por un lenguaje cinematográfico y literario altamente sofisticados. Todo esto protagonizado por dos grandes de la actuación (Belmondo y Karina), que vienen como anillo al dedo al cine de Godard. Esta combinación explosiva conforma una verdadera crítica cultural a su presente (que continua siendo el nuestro), mediante una presentación puramente formal del contenido (que aparece sin ambages).

En el cine de Godard está presente, como ya apuntó Susan Sontag, esa sensación de espontaneidad que nos transmiten los actores (y algunas veces el montaje) y, desde mi punto de vista, en esta película más que en otras de su filmografía. Una espontaneidad bien organizada, con gracia, a la que contribuyen, como ya he comentado con anterioridad, este elenco de actores geniales.

Sería un error no apuntar el compromiso de este filme (y de la filmografía de Godard) con la reflexión: efectos y actuaciones que nos distancian y nos separan críticamente de la acción con el fin de vivificar el pensamiento y de evitar la identificación. Para algunos puede resultar tediosa la falta de suspense, pero el aburrimiento, como decía también esta gran ensayista, es una de las formas de la frustración.

Godard es uno de los grandes y su cine debe seguir siendo reivindicado como crítica de un presente que se eterniza.