Clasicazo del género mesa camilla, para ver una tarde de invierno, con los pies a ambos lados del brasero, una caja de bombones al alcance de la mano izquierda y un buen pañuelo (obviamente de encaje, no me tengan el mal gusto de usar kleenex con los clásicos) posicionado cerca de la mano derecha.

Si bien el personaje de Lisa es pelín psicótico, la historia de una mujer que desde adolescente está enamorada/obsesionada con un apuesto y calavera pianista que se traslada a vivir al lado de su casa, está tratada con un cuidado tan exquisito de las formas puras del melodrama, que supera con amplitud los peligros del novelón romántico y se erige como una hermosa epifanía sentimental, realmente elegante y con la atmósfera de ensueño de la Viena de principios del siglo XX.

Una pega: siempre me ha cargado mucho Joan Fontaine y aquí se tira toda la película con el mismo recital de expresiones de lela con las que ya nos estropeó el placer de ver "Rebeca". Lo que nunca entendí de esta mujer es que con lo arpías que eran ella y su hermana Olivia de Havilland en la vida real, se la encasillase (de hecho, a ambas) en esos personajes tan dulzones y a la postre, pringadillos. Louis Jourdan tampoco está para tirar cohetes, aunque supongo que es tradición decir aquello de las "grandes interpretaciones de los protagonistas" cuando hablamos de una obra clásica de reconocido culto. Pues tampoco son para tanto. Lo que sí es para tanto es el guión y la dirección espléndidamente ejecutados. Con ese final que no por previsible resulta menos conmovedor.

Para amantes del género mesacamillero, una imprescindible revisión de las pasiones decimonónicas más desatadas.