Iñárritu te hace llegar la película bien dentro de tus ojos, de tu estómago y de tu corazón. Son las vísceras de cada uno las más expuestas tras este extenso metraje, en el que se muestran descarnadamente los instintos más básicos de los hombres, en aquella lejana época cuando nos parecíamos más a los animales y teníamos claro que nuestro papel era el de devorar para no ser devorado, matar para no ser muerto.
Uno o varios de estos sentimientos básicos alientan en su recorrido vital al protagonista, genialmente interpretado por DiCaprio, a los que se le suman una suerte, un instinto de protección y una resistencia física a prueba de los ataques más feroces y de la naturaleza inhóspita, aunque asombrosamente bella. Le salva también la humanidad de sus valores, heredada de los indios aborígenes americanos, que se abren paso a cada rato entre su faceta salvaje y despiadada.
Tenemos a buenos y a malos, tenemos varias persecuciones infinitas, tenemos paisajes de ensueño, tenemos dolor y sufrimiento, tenemos animales, tenemos agua y frío, tenemos la luz del sol y de la luna entre los árboles, tenemos nobleza y vileza, tenemos ingenio e instinto de supervivencia, tenemos buena banda sonora, tenemos lluvia y nieve allá donde miremos, tenemos arcos, flechas y fusiles, tenemos sueños y fantasías oníricas; qué más podemos pedir?
Aunque previsible hasta cierto punto, nadie espera que el protagonista deje de serlo a la primera escena, la película te sorprende y cada escena se te agarra al pecho hasta hacerte remover en la butaca. Acción sin vehículos a motor, sin armamento pesado de repetición, sin móviles y sin electricidad; acción en estado puro.