Sinceramente pienso que los dos géneros cinematográficos más arriesgados son la comedia y el cine de terror. Cualquier desliz que se cometa en su realización puede transformar una buena película en un auténtico esperpento y no me negarán que no hay nada más penoso que una película de terror que provoque risa ó una de risa que provoque llanto.

No es el caso de esta película de Louis de Funes que nos ofrece buenos y divertidos momentos y que nos permite reencontrarnos de alguna manera y salvando muchísimas distancias con aquel cine de nuestros años infantiles en que la escasez de diálogos se suplía con abundancia de gestos. No estoy comparando ambos tipos de cine. Personalmente creo que Chaplin, Keaton, Laurel y Hardy ó los inimitables Marx han configurado una época dorada y maravillosa del arte de los Lumière. Lo que estoy es hablando de la necesidad de la risa, de la carcajada en nuestra vida adulta y cotidiana, y aunque Funès anda a años luz de aquellos genios nos ofrece una actuación hiper gesticulante pero lo suficientemente hábil para conquistar nuestras sonrisas.

Un guión absolutamente medido en sus grados de simpleza y complejidad y lo suficientemente original para sorprender a un espectador cómplice de los hechos que siempre va un paso por delante de Bernard Barnier en cuanto al conocimiento de lo que acontece ó dicho de otro modo, que siempre sabe lo que contiene la maleta.

El grado de envejecimiento de esta película no ha sido demasiado malo y todavía consigue transmitirnos buenas sensaciones y hacernos pasar un buen rato. Esa originalidad del guión de la que antes hablaba no es, en absoluto, ajena a esto.