No me comáis. O hacedlo, en realidad está fuera de mi alcance. Si lo hacéis, al menos que sea rápido. Pero la cosa es que siempre me ha parecido que el anime, lejos de ser simplemente la definición de animación japonesa, acaba redundando en lo mismo y convirtiéndose en un género en sí mismo. Y no acabo de entender el porqué. Es decir, se acaban dando los mismos patrones, las mismas conductas, las mismas escenas alargadas cual chicle a punto de romperse para escuchar una vez más la voz en off de ese personaje que ya entendemos pero que el director quiere que entendamos UN POQUITO MÁS. Las historias de amor de alguien socialmente inadaptado, las miradas eternas, con pianito de fondo y unos pétalos flotando.

Y para mí (no sé para qué sigo escribiendo, a estas alturas ya me han comido) es una pena. La premisa de Beastars es genial: un mundo de animales antropomorfos en el cual herbívoros y carnívoros tratan de convivir en harmonía en un ambiente de instituto que empieza a tensarse cuando un estudiante, una alpaca, es asesinada, presuntamente, por uno de los carnívoros.

Cuando explora la confrontación entre los dos mundos, bien. Cuando recae en los mismos topicazos y reacciones desproporcionadas y situaciones inverosímiles que hacen otra vez del anime un género, mal. Y, a mi parecer, desaprovecha lo primero para adentrarse en lo segundo y convertir lo que podría haber sido una gran serie en una serie más.