«Muere como un héroe o vive lo suficiente para convertirte en villano». Esta frase de 'El caballero oscuro' viene al pelo para hablar de 'Prison Break', una serie que empezó en 2005 y que se alargó de forma innecesaria hasta 2009. ¿El motivo? Una enfermedad muy común en las series de televisión: «Alarguiditis rompechiclense». O lo que es lo mismo, alargar una idea hasta la saciedad igual que un chicle que se acaba rompiendo. En este caso los primeros síntomas surgieron casi desde el principio porque 'Prison Break' en realidad fue diseñada inicialmente para dos temporadas, la primera de las cuales de tan solo 13 capítulos. Pero tras el enorme éxito que tuvo desde el principio FOX no dudó en alargar esa primera temporada hasta un total de 22 capítulos. La verdad que esos nueve capítulos extra no chirrían, aunque se nota con claridad dónde está el corte. El problema más gordo vino cuando terminó la segunda temporada, ya no tan buena como la primera y centrada más en la conspiración política de fondo que en la intriga que pedía la serie si se hubiera centrado en la simple huída de los protagonistas. Si la hubieran dejado aquí habrían dejado una gran serie, pero la alarguiditis ya era crónica y fue inevitable que se sacaran de la manga una nueva trama que diera pie a una tercera temporada, y más tarde, a una cuarta. De esta forma, la que pudo ser una de las mejores series de principios de siglo se quedó en un producto más, entretenido pero no impresionante, que agotó su fórmula con gran rapidez.
En resumen, a veces es mejor saber dar un buen final, aunque sea a las pocas temporadas, que alargar el producto y conseguir que el conjunto se devalúe. 'Prisión Break' creo que es un buen ejemplo de ello.