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6
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March 6, 2011
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Basada en una novela del especialista en ocultismo Dennis Wheatley, La monja poseída es otra reivindicable pieza tardía de la productora Hammer que hunde sus raíces en una temática satánica clásica, con sacerdotas excomulgados, sectas ocultas, aquelarres y la búsqueda final de la instauración del Maligno en la tierra, encarnado, como es ley, en una criatura inocente (aquí una dulce y jovencísima Nastassja Kinski).
Más cerca del Terence Fisher de La novia del diablo que del Polanski de Rosemary's baby, el film conquista al fan de lo demoníaco con su combinación de grandes actores (aunque Richard Widmark esté algo despistado), estética y ejecución típicamente british y setentera, y ocasionales ráfagas de delirio cinéfago (la magia negra bizarre, el clímax de psicodelia pop dentro del círculo) y erotismo insando y malicioso que siempre ha vivido, más o menos soterrado, en todas las obras de la productora.
Pese a desfallecimientos narrativos y algún detalle que rompe el rigor (cultural) con que parece haber sido abordada la propuesta (la subversión bufa de símbolos cristianos que configura la iconografía satánica del film puede caer en lo risible), lo cierto es que es una cinta que se ve con agrado e interés, que incluye alguna idea tan delirante como satisfactoria (el parto en dolor) y que, sobre todo, permite al espectador disfrutar de la belleza angelical -o diabólica- de la hija de Klaus, que es la que aguanta, con más magnetismo natural que otra cosa, el peso de la función.
Lo mejor: el delicioso desnudo integral de Nastassja Kinski.
Lo peor: algún lugar común y un guión pelín deshilachado.
Más cerca del Terence Fisher de La novia del diablo que del Polanski de Rosemary's baby, el film conquista al fan de lo demoníaco con su combinación de grandes actores (aunque Richard Widmark esté algo despistado), estética y ejecución típicamente british y setentera, y ocasionales ráfagas de delirio cinéfago (la magia negra bizarre, el clímax de psicodelia pop dentro del círculo) y erotismo insando y malicioso que siempre ha vivido, más o menos soterrado, en todas las obras de la productora.
Pese a desfallecimientos narrativos y algún detalle que rompe el rigor (cultural) con que parece haber sido abordada la propuesta (la subversión bufa de símbolos cristianos que configura la iconografía satánica del film puede caer en lo risible), lo cierto es que es una cinta que se ve con agrado e interés, que incluye alguna idea tan delirante como satisfactoria (el parto en dolor) y que, sobre todo, permite al espectador disfrutar de la belleza angelical -o diabólica- de la hija de Klaus, que es la que aguanta, con más magnetismo natural que otra cosa, el peso de la función.
Lo mejor: el delicioso desnudo integral de Nastassja Kinski.
Lo peor: algún lugar común y un guión pelín deshilachado.