Independientemente de que Kazan dirigiera esta película como excusa para justificar sus delaciones en la famosa caza de brujas de Joseph McCarthy, La ley del silencio es una obra maestra sin ningún género de dudas. Y una demostración inteligente de que en ciertos contextos, como en el que se plantea en esta historia, la denuncia es absolutamente necesaria para acabar con el abuso y el chantaje.

Todo en La ley del silencio es sobresaliente desde su interesantísimo guión hasta el trabajo de todos y cada uno de los actores con especial atención a Brando, Cobb y sobre todo Malden. Este último encarna a un sacerdote comprometido con la defensa de los trabajadores del puerto ofreciendo su ayuda para denunciar a las autoridades las tropelías de Cobb y sus secuaces. Para mi gusto este personaje es el más conseguido de la película. Resulta emocionante verle enfrentarse contra los mafiosos con arrojo y tratando de convencer a los estibadores para que venzan su miedo y denuncien su penosa situación laboral. Brando es el personaje central. Un fracasado, un vago, un ex-boxeador hermano de uno de los jefazos que pudo haber triunfado en el mundo pugilístico pero que debido a los amaños de su hermano tuvo que hacer tongo y su carrera terminó. Cuando el hermano de una chica que le atrae muera asesinado por intentar denunciar a Cobb, Brando poco apoco irá tomando conciencia de la situación injusta que tiene ante sus ojos. Influenciado por Malden, su novia y la policía que investiga los asesinatos, Brando tendrá que tomar una decisión.