No he visto mucho de Águila Roja, pero lo suficiente para hacerme recordar que sólo me ha gustado cuando llevaba encima unos cuantos lingotazos de mi vermú favorito: Aquila Rossa (que seguramente es lo que toman los guionistas cuando se ponen a escribir esto; aunque también detecto ciertos efectos de Cinzano y Martini, sin destacar trazas de anís del Mono). De repente, cuando tengo el vaso repleto de líquido rojo en mi mano, después de unos cuantos sorbos a tan dulce néctar, alcanzo a gozar al fin de las cabriolas del tío ése que se desliza por el aire con una espada japonesa cual ardilla voladora, la cara de estúpido que pone un plano sí y otro también Javier Gutiérrez, la densidad de los diálogos, la estudiadísima realización y emplazamiento de las cámaras, el profundo trabajo de dirección de actores, el montaje eisensteniano, el maravilloso castellano utilizado en el Siglo de Oro, el entramado complejo de la estructura social del siglo XVII español, las lecciones de kárate que nunca comprendí en el gimnasio Kimura cuando tenía siete años de edad.... ¡Ahora lo veo claro: Águila Roja es una obra maestra!, hip.