Película enorme, de extraordinaria ambición. Podría decirse que es filosófica, y lo es, pero no es sólo eso. Es la historia de una familia, y a través de ella, una visión del universo y de la vida, del "milagro" de la creación y de la paradoja de la existencia humana, siempre al filo entre la dicha y el sufrimiento, entre la belleza y el horror, entre la plenitud y la pérdida. No hay cielo sin infierno y viceversa. No hay un porqué, pero si la capacidad y la necesidad de preguntar ¿por qué?

Más que película filosófica, filosofía en imágenes. Una sucesión de imágenes discontinuas, extraordinariamente bellas, que valen por sí mismas más allá de cualquier narración. Un cúmulo de sensaciones que nos violentan y nos incitan a pensar, sopesando nuestra capacidad de sentir, de emocionarnos, de recordar, de sufrir...

Una experiencia sobrecogedora, que nos cuestiona acerca de lo que queda en nuestro interior para sentir la felicidad de estar vivos y aceptar el misterio y el dolor.

Las salas de cine están hechas de luz y sombras, de imágenes-movimiento que se suceden en una explosión de luz en medio de la oscuridad. Uno piensa que el origen del universo no fué tan distinto, que esa explosión que está en el origen de todas las cosas se parece bastante a lo que experimentamos cuando nos adentramos en la oscuridad de una sala de proyección: la vida misma en imágenes, el pensamiento vivo. Esta película de Malick viene a confirmarlo.