Bueno, una de samuráis en plan espectacular en la que lo de menos es el guión, porque cualquier atisbo de historia no es más que una liviana contextualización de lo que en realidad importa: tirar de katana. Las coreografías de lucha están pero que muy bien rodadas, se nota que es la patria de la espada templada y el acero mellado. Un poquito de ceremonial, cuatro frases rimbombantes sobre un concepto de honor a la medida del espectador occidental, y mucha, pero que mucha sangre. Le sobran aproximadamente 30 minutos de espadazos y otros tantos de verborrea pseudoprofunda. Le falta, sin embargo, un cursillo básico de montaje, porque el error que se comete con el cazador furtivo es de los más gordos de la historia del cine que yo he visto, que incluye más de tres películas. Ah, y otro de introducción a los efectos especiales, porque el numerito de los toros de fuego bien se lo podrían haber ahorrado. Cero en verosimilitud y en construcción de personajes, aunque la ambientación da el pego y es, qué duda cabe, entretenida.

Pero vamos, que los que se ponen profundos analizando esto es porque deben estar confundiendo la historia de Japón con un manga. Si los nipones han llegado a ser algo en el mundo es precisamente porque renunciaron a una estructura feudal sanguinaria, absolutamente corrupta, inmovilista y racista y se pusieron a currar. La verdad es que, virtudes al margen, como han demostrado, por desgracia para ellos después del terremoto del 11 de marzo, siguen siendo una sociedad bastante poco dada a los cambios, corrupta e igualmente racista –que se lo pregunten aún hoy día a chinos, filipinos o coreanos-. Perdón, cuando se habla de países respetados hay que decir endogámica.

Sayonara.