Reconozco que, además del esquí, pasarlo mal viendo cine es uno de mis deportes favoritos. Y quizás por ello, cada dos o tres días, tengo la necesidad de ver una peli que me haga sufrir. Que me mantenga el corazón en un puño, que me retuerza el estómago y, a ser posible, que me obligue a clavar las uñas en el sofá.

Lamentablemente, los thrillers y/o pelis de terror que suelo escoger para saciar tan perversa inclinación son —pa que nos vamos a engañar— bastante infames. Y no porque no las haya buenas. Porque haberlas, haylas. Suelen ser infames porque las buenas ya las he visto y, por desgracia, debo conformarme con lo que la industria me ofrece. Y lo que me ofrece la industria suele ser, habitualmente, infame. Así de sencillo.

Aún así, de vez en cuando, un servidor se lleva alguna que otra sorpresa agradable. Como con “Frozen”. Un thriller que parte de una premisa argumental bastante simple (tres amigos que se quedan ‘tirados’ en un telesilla) y que, no obstante, consigue romper con la supuesta monotonía que podría entrañar el reducido y puntual contexto en el que se desarrolla la acción gracias a un más que correcto manejo de cámara y a unas cotas de intensidad dramática verdaderamente notables.

Seis merecidas estrellitas, pues, para un modesto y convincente thriller que —de haber logrado extraer mayores rentas de su trío protagonista— habría conseguido, a su vez, mayor nota. En todo caso, recomendable.