En términos de calidad cinematográfica, “El justiciero” es una especie de placer culpable, una película técnicamente muy muy floja en todos los aspectos pero que de alguna manera, fundamentalmente gracias al carisma de los protagonistas, se deja ver e, incluso, en cierto sentido se disfruta. Y es que el sonido es cutre y la banda sonora es de relleno, el guión una sucesión de lugares comunes, los diálogos son de tercera división y la dirección competente, pero simplona (la marca de Eli Roth, vaya).

Si no fuera por la presencia de Bruce Willis, Elisabeth Shue, Vincent D’Onofrio y algún que otro secundario conocido, sus estilismos y atmósfera nos podría hacer pensar que estamos ante un telefilm alemán de los que ponen en TVE1 los fines de semana por la tarde. Pero mira por dónde, a pesar de todas sus simplezas (o precisamente gracias a ellas), Bruce Willis y compañía envueltos en una aventura de venganza sin piedad que se deja de psicologías para volver al tradicional mundo monocromático en el que los buenos son buenos y los malos son malos, convierten “El justiciero” en una película entretenida a la que no le falta acción, ni topicazos de buen rollo, ni graciosos chistes malos. Y además hay que reconocer cierta habilidad de los guionistas y de Roth para introducir guiños que luzcan a Willis sin que resulte demasiado obvio y ridículo.

Si alguien se está preguntando si esta película es un resurgir de Bruce Willis, siento decirle que no, que todo el crédito que ha ido dilapidando estos años no se recupera de golpe con un acierto como este… pero podría ser un comienzo. Quién sabe. Un día montas una carnicería enfrentándote a unos kosovares que entran en tu casa y hacen daño a tu familia y a lo mejor mañana vuelves a estar metido en la neutralización de comandos terroristas que han secuestrado un edificio. Yo, al menos, no pierdo la esperanza.