Sería curioso saber que hay dentro de la cabeza de Adam Sandler.
Quién sabe, quizá en su mundo él sea alguna especie de respetado Woody Allen, una voz que amolda su particular manera de hacer arte a diferentes contextos y situaciones, y acaba dando lugar a obras notables.
Lo que está claro es que alguien piensa eso, y por eso le sigue financiando vacaciones pagadas con invitados de lujo en la que, de vez en cuando, se rueda una película.

'Sígueme el Rollo' no podría ser más descarada respecto a eso.
Apenas una serie de chistes mal hilados en situaciones estúpidas, en las que Adam Sandler es el máximo amo y señor de la escena. Él es el más guapo, carísmático, y quién siempre liga o queda como un señor, o en su defecto pone la mejor cara de póker cuando le toca a otros hacer chistes.
Junto a la Reina del Ego, una Jennifer Aniston con ganas de lucir cuerpo, ambos se dedican a deambular por la escena tratando de engañar al público conque sus dos personajes no van a acabar juntos, pero es inútil cuando ambos dos están tratando de acaparar cuanto más minutos mejor, solo ellos dos podrían acabar juntos.

El resto es apenas una Brooklyn Decker que se lo debe haber pasado en grande de florero y unos cuántos vídeos de las vacaciones amablemente pagadas por el estudio que se ha pegado el equipo de la película.
Da la sensación, sin más, de que llegaban a un sitio, se les ocurría un gag en dos segundos y lo rodaban, para pasarse el resto del día sin dar un palo al agua: solo así podría explicarse la desconexión total de cada lugar con la "historia" que supuestamente se cuenta.
Lo mejor de todas maneras viene al final, cuando lo que hasta entonces había sido una comedia rancia se transforma en un drama barato que no hace más que evidenciar lo poco que le interesa al máximo responsable cosas como tono, coherencia o progresión dramática.

Es el equivalente de ver algo rodado sin gana ninguna, sin que nadie le haya dicho al responsable de ego gigantesco que ya era hora de ponerse en serio a hacer algo.
Y al final, solo queda la sensación de haber sido el molesto espectador en las vacaciones de Adam Sandler.