¿Quién puede darse el lujo de tomar el sol en un banco, la mañana de un día cualquiera?
Aquella que se dió cuenta de que, no importa que haya amanecido, porque a veces en tu interior nada se ilumina.

¿Quién decide quedarse en la escalera a las tantas de la mañana, porque una inoportuna puerta la ha dejado fuera de casa?
Aquella que, sencillamente, renuncia a explicar otra desgracia complicada, y sabe que hay situaciones mucho peores.

¿Y quién eligiría hablar con el pobre músico de la esquina?
La que se ha quedado el tiempo suficiente escuchando, y quiere preguntarle cómo es que la vida rima.

Este es un relato de silencios, de observaciones, de sutilezas.
De desvelos de soledad que parecen no tener sentido, y sin embargo todos hemos vivido, de una manera u otra.
A Julie se le presenta la oportunidad de abandonarlo todo, y lo que parecía maldición va mutando en bendición disfrazada, mientras trata de averiguar cuál es la mecánica incierta que le hará poder adoptar otra vida, otra identidad.

La cuestión es, tu pasado nunca te deja en paz.
Puedes arrastrarlo, quemarlo y enterrarlo, que siempre estará ahí para recordarte lo feliz que fuiste, lo enfadado que te pusiste, lo mucho que sufriste.
No existimos en el vacío, en una piscina sin nadie, porque más pronto o más tarde aparecerá un grupo de niños pataleando y lastimando su pulida superficie azul.

¿Es este mundo peor por ello... o mejor, a pesar de ello?
Quiero pensar que es una libre elección, que nunca depende de un único momento.
Pero viene bien, pararse en el banco del parque, y observar, simplemente, de vez en cuando.