Es posible que la película sea una excusa para el lucimiento personal de la estrella del momento, Jean-Paul Belmondo, por lo que se entiende que haya cierto sector crítico con ese protagonismo. Su fiabilidad con los puños, al volante y cuando le da al piquito pueden producir un efecto contrario al deseado, puede caer mal, por no hablar del evidente machismo que destila. Omar Sharif por otro lado empieza cayendo mejor de lo que acaba siendo al final, aunque antes de que acabe la película habremos presenciado una espectacular persecución por las calles de la ciudad, puede que no aporte nada, pero es tan larga y con tantos trucos que no queda otra que rendirse a su efectismo, pura fascinación, pura admiración por quien estaba detrás de las cámaras, que es a quien quiero elogiar con mayor objetividad.

No he visto todas las películas de Henri Verneuil, tampoco he visto pocas, y de momento jamás me ha decepcionado. Aquí, en esta lamentablemente mal traducida del original "El furor de la codicia" ("Le casse"), la película destaca por el enfrentamiento entre los dos protagonistas. Antes de que acabe sabemos que Belmondo ganará la partida, no es un spoiler, son cosas que se saben, igual que sabemos que la persecución no aporta nada a la trama, pero ¿dónde está el problema?; y esas preguntas: ¿conoce el límite de velocidad?; ¿sabe a qué velocidad iba?; ¿no es una maravilla en los años setenta y en la actualidad?; ¿y esa cena en la que el policía le cambia el filete con patatas por algo mucho mejor?

De acuerdo, los fans de Belmondo, que también los hay, quedarán encantados. Yo quería poner por delante al director por una vez, que detrás de las cámaras era un maestro.