Esta tercera entrega de la saga supuso un salto de calidad técnica y un cambio narrativo importante. Dejamos atrás los gráficos pixelados (aunque en la segunda parte estuvieran mucho mejor que el primero) y pasamos a una animación en dos dimensiones clásica tipo Disney. La interfaz de juego se realiza con menús emergentes y no por el uso de verbos. Y, por primera vez, los personajes hablan. Además, tuvimos la suerte de que fue completamente doblado al castellano.
En su contra, para algunos, está la ausencia de Ron Gilbert como mente creativa. Pero, una vez que el título se ha convertido en un nuevo clásico, al rejugarlo podemos comprobar perfectamente que la esencia de la historia, de los personajes y el humor, sigue estando ahí. Al menos así lo veo yo.
De hecho, tenemos también una de las características principales de las aventuras de Guybrush, como es la tremenda dificultad de resolución de puzzles y situaciones. No digo que sea más complicado que el segundo, pero tiene también ciertas cosas tan retorcidas con su peculiar sentido del humor, que me parece inconcebible que haya alguien capaz de completarlo sin ayuda.
Particularmente, me parece extraordinariamente complicado conseguir el objeto que tiene el camarero del restaurante de pollos. También el descubrimiento del lugar donde está enterrada la estatua de la novia del protagonista, o encontrar el objeto que hay que darle a Stan (está a la vista, pero en un sitio donde no se me ocurría volver a entrar), me han resultado imposibles de resolver.
La frustración por la dificultad me desespera en ocasiones, pero por alguna extraña razón, los juegos de “Monkey island” siguen siendo divertidos y disfrutables a pesar de ello.
El guion es muy entretenido, lleno de buen humor. El cambio de gráficos me gusta mucho, aunque algunas personas sigan prefiriendo el estilo “retro”. Y aunque no es tan mítico como los dos primeros, pues nos pillo ya un poquito más crecidos, sigue siendo un juego estupendo con un lugar digno de honor en la historia de las aventuras gráficas.