Una adaptación teatral en la que sus dos únicos personajes están en un piso hablando y hablando sin parar.
Un diálogo existencialista entre un predicador y un profesor que ha intentado suicidarse. Una conversación de 90 minutos sobre la vida, la muerte y la religión.
No niego que las frases que se intercambian estos dos tipos están cargadas de profundidad y de filosofía que puede llegar a inspirar la mente y el alma.
Pero, seamos claros, esto no funciona. Puede que si vamos al teatro a ver esto nos sintamos más satisfechos. O incluso lo vería lógico en un programa televisivo para gafapastas, en plan Jesús Quintero o Fernando Sánchez-Dragó. Hasta en un programa de radio hubiera quedado bien. Pero como película no cuela, lo siento.
Uno fija su atención en la palabra, que es el único contenido del film, y no puede menos que acabar sintiéndose aburrido y cansado de tanta conversación.
La única posibilidad que hubiera tenido esta película para ser algo más es que hubiera ofrecido más momentos de mayor magnitud interpretativa. Si los personajes pusieran más énfasis y actuaran más a lo mejor se hubiera podido salvar. Pero, sin embargo, la mayor parte del tiempo se limitan a recitar sus diálogos.
Y al final, es que simplemente no pasa absolutamente nada en todo el metraje. Es tan solo una charla, no una película al menos como yo lo entiendo.