Olvidable drama carcelario en el que Robert Redford interpreta a un general degradado y encerrado en una prisión militar, acusado de desobedecer una orden de fatales consecuencias donde fallecen ocho personas a su cargo. Allí, en la prisión, se convierte en el punto de mira del alcaide, un coronel con un carácter violento y dictatorial.

Robert Redford actúa a placer, dentro de un personaje diseñado para su lucimiento personal. Sus patrióticos discursos, se escuchan por todo el patio de la cárcel como si de propaganda electoral de tratasen. Y es que, no se puede entrar en una prisión, y a los 2 ó 3 días, tener a todos los reos sin excepción comiéndo de tu mano por mucho general que hayas sido antes. El auténtico y único problema de la cinta recae en la absurda actitud de los personajes, movidos como marionetas por Redford: del negro matón que se convierte en lameculos o del predilecto tartamudo que pasa del casi autismo a ser el mártir de la prisión.

La cinta se volvía muy pastosa, con diálogos interminables, con un alcaide seboso aparentemente malévolo pero al que le toreaba hasta el más tonto de la cárcel y -repito- actitudes bastante absurdas pero al fin vino la tan ansiada acción, que para eso está calificada dentro de dicho género... En el último tramo el espectador ya puede ver las primeras explosiones, oir los primeros casquillos de bala cayéndose, presenciar el uso de metralletas en helicópteros de guerra, etc. todo ello envuelto dentro de un motín espectacular aunque sí que es verdad que nada creíble.

La película remonta el vuelo gracias a la acción de la parte final, la manera en la que concluye, con un Robert Redford coronándose con su patriótica y convincente interpretacón y esa sonrisilla que se te queda con el último fotograma. Qué menos que un aprobado.