Estoy en paro. Una situación que, por desgracia, se está alargando demasiado. Trato de buscar cosas que hacer y así llegó 'Fringe' un buen día. Apenas dos meses y medio he tardado en completar sus cinco temporadas. Hoy he llegado al final del camino.
Podría detenerme en explicar la innumerable sucesión de eventos paranormales que se dan cita en sus capítulos. Podría ponerme a hablar de 'Massive Dynamic' y sus, futuristas, avances tecnológicos. Podría explicar qué son 'Los observadores' o los 'cambia formas' o analizar la, inmensa, mitología de esta serie.
Pero no voy a hacer eso. Porque 'Fringe' es, ante todo, una serie de seres humanos con todo lo que eso significa. Es un relato de redención, de cómo un padre purga todos y cada uno de sus pecados y de cómo un hijo va comprendiendo que las cosas no son blancas ni negras, sino que existe una escala infinita de grises.
Walter Bishop: Te quiero. Así de simple. He llorado y he reído contigo. Gracias por hacerme más llevaderos estos meses de hastío y de pesimismo.

Y gracias a Olivia, Peter, Broyles, Nina, September, Astrid (o Astro, o Afro, o Acid o...). Gracias.