Hay que acercarse mucho al fuego para conocerlo, lo mismo que a un gato huérfano, sus mentiras y verdades, sus sueños y sus motivos para vivir en la calle, historia de gran imaginación sobre creencias y violencia, un emblemático personaje al que le gusta el sabor a sangre y un mocoso con visiones se enfrentan a los yakuzas para defender su distrito, un infierno en el que negociar y una sociedad corrupta en un planteamiento con ira, my town, y arrepentimiento, perdóname señor, donde las amenazas sólo se regatean con la ayuda mutua, es el camino a la salvación de este pintoresco relato que se arrastra por la rancio pero que dispone de una fertilidad y vitalidad que permiten expandir la mente de todos aquellos que se sientan involucrados en el futuro de menores sin techo.

Conseguir unir inteligencia y fuerza tiene como resultado una obra de arte, lo mismo que sus personajes que unen estas habilidades para defenderse entre asesinos en un mundo frígido gobernado por los beneficios, tiene útiles reflexiones sobre la ciudad y enseña la dureza de la vida en la calle con tal facilidad que cualquier espectador siente la escusa del robo como supervivencia, todo acabará en llamas.

Destacar las persecuciones fantásticas y el relato del desequilibrio mental, Blanco no podía vivir en la calle, Negro no podía vivir sin Blanco, corazones rotos para desgarrar, para imponer la sed de sangre que posee al humano cuando se le arrebata un ser querido, huele a miseria y a algo por lo que vivir, el manzano no crece, por qué me pongo triste cuando oscurece?...

El distanciamiento es dolor, y éste es odio, obliga a la comprensión por los malos actos, llega a ser terrorífica y apocalíptica, el poder de la oscuridad en un capítulo cuya secuencia psicodélica está a gran altura, hace ver la realidad de otra dimensión, convence y propone el dilema de mantener la paz en el mundo, una decisión que se queda muy poco desarrollada.