Hace unos meses, me regalaron el segundo libro de la saga “Crepúsculo”, y lo leí de un tirón. Stephenie Meyers no es ni mucho menos de lo mejor de la actualidad, pero tiene gancho. Cierto que sus ocurrencias sobre vampiros bellos, licántropos y una historia de amor entre seres de muy diferente condición no pasan de ser en gran medida productos de consumo masivo para adolescentes. Pero yo he de admitir que encuentro cosas buenas y muy entretenidas en el modo en que la autora narra sus productos. No considero que la literatura actual que alcanza grandes cotas de ventas sea bazofia, al menos no gran parte de ella. Me agrada leer buena parte de esa literatura, que me suele aportar placenteras sorpresas.
Así que no hice ascos a devorar el segundo tomo de una de las sagas de moda y, si bien no me transportó a las nubes, tampoco me decepcionó.
Casualmente, estos días, en uno de mis viajes en tren, la película emitida en la programación de a bordo ha sido “Luna nueva”. Me puse los auriculares y me sumergí.
Fue un rato que se me pasó de volada.
Continúa, con graves tropiezos, el arriesgado romance entre Bella y Edward, humana y vampiro en una relación a todas luces descabellada. Edward así lo percibe y, en un arranque de determinación, consciente del peligro que corre Bella a su lado, toma la radical decisión de dejarla libre para que pueda llevar una vida normal, sin la perpetua amenaza que su apreciada sangre le supone al permanecer en estrecho contacto con una raza de depredadores natos de personas.
El abandono sume a Bella en una desesperación cuyo único consuelo se apoyará en Jacob, su nuevo mejor amigo y tabla de salvación, hasta que el chico indio también padezca cambios de enorme repercusión que afectarán de raíz a su amistad con Bella Swan…
La protagonista, desde su ya lejana llegada a Forks, se lanzó a amar a un depredador que eligió dejar de serlo por propia voluntad, y se entregó por entero a un romance complicado, a sabiendas de los sacrificios que tendría que ofrecer y los riesgos que tendría que asumir. Entre ellos, ser consciente de que ambos habrían de establecer unos términos estrictos que no podrían traspasar. Por ejemplo, controlarse en sus demostraciones físicas de pasión, porque la naturaleza salvaje a duras penas domada de Edward Cullen podría hacerle perder el control y le induciría a causar un daño incurable a Bella. Ellos saben que su satisfacción sexual habrá de tirar por otros derroteros que los dos tendrán que establecer. Pero no les importa, pues su amor les sobra para compensar.
Además, está el problema de ocultar permanentemente la verdadera identidad de Edward.