No, señor Keaton. Hacer un mediometraje que presumiblemente debería ser una comedia y que a duras penas me saca un par de sonrisas desganadas, amén de que me he pasado la mitad de su transcurso con la mente puesta en otros asuntos, pues no es una señal muy alentadora.
Un film mudo de gags y humor absurdo no es necesariamente sinónimo de genialidad, ni de algo menos que eso. A mí el señor Keaton me ha aburrido bastante. Esa pareja perdida en alta mar, arreglándoselas a solas en el barco, cometiendo mil torpezas y siendo acosada por una tribu de caníbales (da la impresión de que todos los pueblos aborígenes del mundo fuesen salvajes y malvados caníbales), me importa tres pimientos.
El aprobado raspado quizás sea, que no estoy muy segura, por el ingenio demostrado en algunos gags (que para su momento debía de ser un espectáculo muy llamativo) y porque tal vez sirva para entretener a algún niño que les encuentre la gracia a las caídas tontas y a los batacazos, logrando que no se duerma. O, quizás al contrario; podría ser ideal para inducirle la siesta, algo muy de agradecer por parte de los sufridos padres.
Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero donde esté mi Chaplin…