Otra joya oculta e infravalorada de los 90, de las que ya no se hacen.
Además de ser muy entretenida, demuestra al igual que otras películas como Cape Fear que el sistema judicial muchas veces no alcanza para juzgar y condenar a ciertos criminales como David Greenhill (Don Johnson, perfecta elección) quienes siempre parecen estar un paso adelante. También es muy interesante como el personaje de la abogada se va ensuciando cada vez más para intentar frenar el mal del que está siendo cómplice. Tal como ocurre con la filmografía de Hitchcock, la relación entre el bien y el mal tiene sus grises: en cierta forma el bien invoca al mal. Cada acción éticamente reprochable pero con buenas intenciones por parte de la protagonista produce una respuesta del villano que perjudica a otras personas y complica aún más la situación.
De mi parte la recomiendo muchísimo y ojalá algún día más personas comprendan que la supuesta inverosímilitud no convierte a una película en un producto de mala calidad, y mucho menos cuando se trata de un thriller hecho por dos grandes como Sidney Lumet y Larry Cohen.