Maggie Gyllenhaal debuta en la dirección con esta bella obra en la que se narra una delicada historia en relación a la maternidad. Olivia Colman y Jessie Buckley interpretan al mismo personaje, Leda Caruso, en distintas épocas de su vida y, francamente, ambas me han fascinado. Lo hacen con una extraña armonía puesto que cada actuación de Colman profundiza en la de Buckley, y viceversa. Ambas dotan a su personaje de una complejidad y una profundidad muy difícil de alcanzar que provoca un inevitable sentimiento de empatía del espectador hacia Leda y hacia la figura de la madre, en general.

Los flashbacks en los que aparece la versión más joven de Leda se intercalan a la perfección en la historia del presente. Las interacciones de la versión más adulta de Leda con el personaje interpretado por Dakota Johnson generan una especie de aura enigmática y seductora y, de la misma forma, alimentan los recuerdos de una vida pasada marcada los desafíos identitarios que supone la maternidad. Estas interacciones se producen en una especie de juego espléndido de espejos y dualidades que nos ayuda a entender a la protagonista. El climax de la película puede resultar un poco confuso, pero es envolvente y subyugante.

El guión explora la crueldad en lo femenino y en las expectativas de una sociedad liberticida sobre la figura de la madre y la condena social que podría conllevar. Leda siente remordimientos y culpa por no sentir que la maternidad está en la cúspide de su proceso de realización personal y, probablemente, este sentimiento sea más común de lo que muchos creemos, puesto que esto sigue siendo un estigma social.