Dos intérpretes en estado de gracias (Ben Kingsley y Michael Caine) se bastan y se sobran en un curioso ejercicio de adaptación de Sherlock Holmes. En esta ocasión, el sagaz detective es el buen doctor Watson, quien ha tenido que contratar a un actor de malos hábitos para representar al idealizado Holmes. Bajo el oscuro anonimato, Watson deshace entuertos y protege la falta de entendederas de su colega.

Michael Caine compone un Sherlock divertido y que contradice la versión novelada (le gusta mucho la bebida, las mujeres, los locales nocturnos...), mostrando una gran capacidad para ser el payaso cómico de la escena, mientras que Kingsley tiene holgado registro para ser el estoico acompañante.

Mancini acompaña con una notable banda sonora, componiéndose un film ligero y que se con una continuada sonrisa de agrado. Siendo agnóstico, es un evangelio holmesiano que no llega a ofender en su punto de ruptura y termina mostrando gran ternura por la mítica pareja detectivesca.

El único pero es que la aventura todavía podía haber dado un poquito más de sí. Un tanto más de ambición hubiera venido de perlas a una comedia que funciona como un reloj suizo.

Y Watson encontró a Holmes.