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7
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March 6, 2016
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En un mundo a rebosar de efectos digitales y diseñadores informáticos, ‘Anomalisa’, con su stop motion, nos devuelve de golpe a la extrañeza. La extrañeza de lo real distorsionado, de lo real no realista, del verdadero cine de figuras animadas: nadie podría hacer de ‘Anomalisa’ un videojuego.
Lo primero que llama la atención al adentrarse en el inquietante lugar creado por Charlie Kaufman y Duke Johnson es la factura de los personajes; al principio, sentí cierto rechazo por esos monigotes pero, transcurrido un tiempo, mi mente y mis sentidos claudicaron: entré de lleno en su virtualidad; en una sala oscura, lo anómalo se vuelve cotidiano. Y ahí, en la repetición mecanizada, acecha el monstruo que llevamos dentro. El guión, urdido con oficio y sin defectos aparentes, construye una pareja memorable de individuos. Se podría decir que el desarrollo de la trama, más allá de las brillantes ideas de imagen y sonido, es previsible. Pero dado el impecable diseño psicológico del protagonista, no veo cómo podría ser de otra manera. Y es que Michael Stone vive en el purgatorio de la eterna recursión, expresión que tomo prestada de Hans Magnus Enzensberger, que sitúa en ese espacio a los matemáticos de su libro ‘Pura Música’.
La atmósfera asfixiante, la máscara y la luz. Las voces y… la voz (*). ‘Girls just want to have fun’, de Cyndi Lauper, como clímax indudable de la historia.
Todos son uno y uno sólo es diferente en esta distopía íntima y existencial. ¿Qué podría hacer que Michael Stone, burócrata del tedio, motivador desmotivado y seductor envejecido, sintiera de nuevo una punzada?
‘Anomalisa’ tiene el tono insano y triste de Skhizein (Jérémy Clapin, 2008) y es pariente cercana de ‘Lost in Translation’ (Sofia Coppola, 2003), pero está muy lejos de ‘Inside Out’ (Pete Docter, Ronnie Del Carmen, 2015). Su reino no es de Disney Pixar. Las posibles referencias literarias son innumerables, desde ‘La náusea’, de Sartre, a los pasillos infinitos de Franz Kafka. El fondo, o el cimiento, es teatral (intuyo que muchos de los recursos de la cinta debieron funcionar de maravilla en ese medio).
Rara vez he visto retratar la pura soledad –esa larva oscura que llevamos dentro desde el día en que nacemos– de un modo tan lúcido y amargo.
Véanla. Busquen esa voz entre la multitud de seres clónicos, desanimados y anodinos. Disfruten del momento y, como en ‘Eyes Wide Shut’ (Stanley Kubrick, 1999) dejen –al menos una vez– la máscara de lado. Quizás descubran, en lo más hondo del espejo, una preciosa anomalía.
Lo primero que llama la atención al adentrarse en el inquietante lugar creado por Charlie Kaufman y Duke Johnson es la factura de los personajes; al principio, sentí cierto rechazo por esos monigotes pero, transcurrido un tiempo, mi mente y mis sentidos claudicaron: entré de lleno en su virtualidad; en una sala oscura, lo anómalo se vuelve cotidiano. Y ahí, en la repetición mecanizada, acecha el monstruo que llevamos dentro. El guión, urdido con oficio y sin defectos aparentes, construye una pareja memorable de individuos. Se podría decir que el desarrollo de la trama, más allá de las brillantes ideas de imagen y sonido, es previsible. Pero dado el impecable diseño psicológico del protagonista, no veo cómo podría ser de otra manera. Y es que Michael Stone vive en el purgatorio de la eterna recursión, expresión que tomo prestada de Hans Magnus Enzensberger, que sitúa en ese espacio a los matemáticos de su libro ‘Pura Música’.
La atmósfera asfixiante, la máscara y la luz. Las voces y… la voz (*). ‘Girls just want to have fun’, de Cyndi Lauper, como clímax indudable de la historia.
Todos son uno y uno sólo es diferente en esta distopía íntima y existencial. ¿Qué podría hacer que Michael Stone, burócrata del tedio, motivador desmotivado y seductor envejecido, sintiera de nuevo una punzada?
‘Anomalisa’ tiene el tono insano y triste de Skhizein (Jérémy Clapin, 2008) y es pariente cercana de ‘Lost in Translation’ (Sofia Coppola, 2003), pero está muy lejos de ‘Inside Out’ (Pete Docter, Ronnie Del Carmen, 2015). Su reino no es de Disney Pixar. Las posibles referencias literarias son innumerables, desde ‘La náusea’, de Sartre, a los pasillos infinitos de Franz Kafka. El fondo, o el cimiento, es teatral (intuyo que muchos de los recursos de la cinta debieron funcionar de maravilla en ese medio).
Rara vez he visto retratar la pura soledad –esa larva oscura que llevamos dentro desde el día en que nacemos– de un modo tan lúcido y amargo.
Véanla. Busquen esa voz entre la multitud de seres clónicos, desanimados y anodinos. Disfruten del momento y, como en ‘Eyes Wide Shut’ (Stanley Kubrick, 1999) dejen –al menos una vez– la máscara de lado. Quizás descubran, en lo más hondo del espejo, una preciosa anomalía.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
(*) Sólo hay tres voces (y tres rostros) en la obra. La de David Thewlis (Michael Stone), la de Jennifer Jason Leigh (Lisa Hesselman, única voz femenina) y la de Tom Noonan (que pone idéntica voz al resto de los personajes, sea cual sea su sexo). El cine, en ocasiones, es tan sencillo y frágil como un verso de cristal.