...o "la misma historia de siempre acerca de no perder nuestro niño interior pero con peluches".

El niño compañero de aventuras de Winnie the Pooh y su séquito creció, se fue a la guerra con Mambrú, volvió, consiguió un laburo en una importante empresa y le da más bola a esto que a su mujer e hija. De hecho a la última tiene pensado enviarla a un internado como al que asistió él (¿alguien dijo Jumanji?).

Cuestión que la esposa se le planta y le pone los puntos, pero él ni bola. Ahí nomás se le aparece Pooh para recordarle el pibe ocurrente que alguna vez fue y el viejo agreta en el que se convirtió (¿alguien dijo Hook?).
Bueno, sí, no se mataron demasiado como para pensar el guion, pero este tipo de historias suman siempre muchos adeptos, la nostalgia familiera garpa.

Con lo que sí hay que sacarse el sombrero acá, es el diseño de producción. Si bien parece ser filmada casi enteramente en estudios, el Londres de los '50 está buenísimo, los paisajes del bosque son estupendos (acá una observación, la ciudad en una paleta grisácea y el bosque super colorido es un excelente contraste connotativo) y ni hablar de los personajes animados, que parecen peluches vivos de verdad, muy detallados.