No siento ningún aprecio por Seth Rogen y Jonah Hill. Virtudes profesionales al margen, me parecen dos tipos cargantes fuera de la pantalla. Rogen en particular siente una pulsión por el humor de brocha gorda que me repatea. Por tanto, cuando supe que ambos estarían involucrados en una historia de animación guiada por el sexo y el lenguaje obsceno, pensé que aquello sería como darle un garrafa de gasolina a dos pirómanos.

Quizás fuera mi predisposición, o quizás porque la realidad me dio la razón, pero "La fiesta de las salchichas" (2016) es un ejemplo de cine burro, sin sutilezas ni inteligencia. No en vano, todo el atractivo se reduce a dos recursos que soban hasta dejarlos en carne viva: el sexo y las groserías. Eso es todo. Los personajes carecen de carisma, no hay una historia interesante y los diálogos no tienen ni una pizca del ingenio visto en otras animaciones.

Respaldo lo dicho por otro comentarista, cuando afirma que esta película gustará a los adolescentes pajilleros. Yo añadiría que también a los niños. Los primeros no necesitan mucho empuje para que empiecen a darle a la zambomba peluda, y los segundos hierven en morbo al saberse partícipes de esas "cosas" que hacen y dicen los padres. Por ello, no creo que ningún espectador maduro e inteligente le dé a esto más de un cinco raspado.

Lo triste de esta historia es que hizo caja. Sus $19 millones de presupuesto derivaron en una taquilla mundial de $140 millones, lo que demuestra el infantilismo de muchos espectadores, a quienes se controla con facilidad apelando a su sistema límbico; algo que ya se encargan de demostrar las redes sociales con sus infinitas polémicas y moñeos en público. Me recuerda, aunque en versión extrema, a aquella parodia vulgar titulada "Caballeros, princesas y otras bestias" (2011), en donde la zafiedad era también la norma.

En resumen, una película de animación nacida al amparo de la explotación laboral (véase spoiler 1) para que luego Rogen se llenase la boca presumiendo de inversor. Es soez y carece de refinamiento alguno, como observar a un grupo de canis y chonis en su entorno natural. Alguien debió enseñarles a Jonah y a Seth que el humor, como las caricias, cuanto más sutil, más profundo. Eso y ética empresarial, claro.