Mi primera incursión en el cine de Jerzy Skolimowski no me ha dejado indiferente. La adaptación del relato de Robert Graves pertenece más al suspense que al terror, pues sin duda es más que inquietante la historia de el grito, que puede matar a todo aquel que lo escuche, y también lo son algunas de sus subyugantes imágenes.

Pero lo más perturbador es la presencia de Crossley, ese intruso interpretado por Alan Bates, que se empeña en destruir la armonía en el matrimonio de John Hurt y Sussanah York, así como la salud mental del primero. O eso es lo que el propio Crossley cuenta desde el manicomio a quien quiera escucharle. Pero ¿Quién haría caso a un demente?

Con sus últimas películas (y en los últimos años volviendo a ver algunas antiguas, e incluso descubriendo alguna pendiente) me he dado cuenta de que el cine de Pedro Álmodovar me gusta más de lo que siempre he admitido, quizá porque antaño me pesaba más el recuerdo de las cosas y films que no me gustaban que el resto. Supongo que Hable con ella y, sobre todo, La piel que habito y Julieta me han llevado a la luz, a pesar de que Volver, La mala educación o Los abrazos rotos hayan tratado con todas sus fuerzas todo lo contrario. De las antiguas también de todo hay, pero me doy cuenta de que, con el tiempo, y esto no aplica solo a Almodóvar, sino a todo el cine que veo, tiendo más a fijarme en las cosas buenas que en las malas. La voz humana no me parece carente de interés, aunque no la voy a contar entre mis favoritas. Desconozco la obra de Jean Cocteau de la que parte, reconozco el excelente trabajo de Tilda Swinton, sobre el que se sostiene toda la pieza, así como la puesta en escena y el diseño de vestuario, que van tan de la mano en este caso, pero la primera mitad del monólogo telefónico que ocupa casi todo el metraje me ha dejado un poco out. Reconozco que recupero el interés a medida que se sincera con su oyente (de hecho entiendo que es el objetivo, mostrar la transformación y el declive emocional de la protagonista), y que el final tiene su encanto, pero el conjunto me ha sabido a poco, y no es porque sea un cortometraje, eso no tiene nada que ver. Si ha podido meter tanto product placement en treinta minutos (así como las pelis y libros que le gustan, as usual) igual podría haberme hecho un poco más de tilín. Esperaremos a las Madres paralelas y a que el famoso pezón quede en segundo plano en detrimento del buen cine que ojalá haya detrás y no al revés.

Me gustan los documentales (aunque sean falsos, como este) que van cambiando el enfoque e incluso el género. Aquí se pasa de "mmm, un thriller" a "mierda, no, otro falso documental de terror y fantasmas más visto que el tebeo" a "vaya, no, parece otra cosa" para terminar diciendo "me encantan los documentales de terror y fantasmas, aunque estén más vistos que el tebeo". Y a pesar de su plana puesta en escena, como la mayoría dentro del género, algún detalle majo cómo los time lapse y los paisajes alrededor de Lake Mungo, y todo lo circundante al "fantasma", con y sin comillas.

La primera película de Jack Solder es un auténtico disfrute para cualquier fanático del terror de serie B con ecos carpenterianos (al verla es inevitable que en mi cabeza resuenen Halloween y Asalto a la comisaría del distrito 13) más allá de la presencia de Donald Pleasance en un rol no muy distinto del profesor Loomis, y con un reparto de escándalo: Jack Palance, Martin Landau, Dwight Schulz (parece un chiste que en El equipo A, que comenzó al año siguiente, el personaje del loco se lo dieron al que hacía de psiquiatra en esta película)... Desde la pesadilla inicial precréditos hasta la "sorpresa" cercana al desenlace (no por esperada/previsible menos disfrutable) pasando por la inenarrable actuación de los Sic F*cks incitando a rebanar a tu madre, prácticamente todo es divertimento y no muy políticamente correcto, pero así eran los ochenta, afortunadamente.

En A puerta fría Antonio Dechent es un comercial de la vieja escuela en una convención donde podrían estar perfectamente los protagonistas de La conversación, es alguien que después de más de treinta años dedicándose a su trabajo y a su empresa se da cuenta de que ni su experiencia ni su fidelidad le garantizan nada, y que le pueden comer la tostada las nuevas generaciones, algo tolerado e incentivado desde arriba. A partir de aquí, un thriller que termina siendo una demoledora crítica al corporativismo extremo, y que nos lleva a preguntarnos hasta qué punto conviene dejarse la vida en un trabajo, figuradamente (o no tanto).