Apenas sigo series. Creo que son el comecocos de nuestro tiempo. Pretenciosas y huecas a veces, una perfecta estafa otras. No puedo hablar por todas, es evidente. Sé que las que he comenzado me han llevado a esta valoración injusta una tras otra, lo cual resulta desolador.

¿Qué me ocurre, entonces, con Whedon?

Le conocí en Firefly. Supe que para mí era un clásico tras el primer capítulo. Temía que fuese a menos, pero no ocurrió. A pesar de ser cancelada me dejó un poso tan profundo que la adoro y vuelvo a ver de vez en cuando.

Vi algo de Buffy y me pareció pueril y torpe en su arranque, de forma que no quise más.

Aquí, en The Nevers, encuentro dualidades cautivadoras explotadas con una seguridad apabullante. Me hierve la mente con cada estocada en el desarrollo de los personajes. Todo es rico, repleto de un sentido que permea cada detalle. No se toma en serio a sí misma, pero habla muy seriamente del mundo, de sus problemas, de las personas que se mantienen a flote a duras penas. Un ejercicio sumamente conmovedor. Su desarrollo tiene mucho de la gran música; una sinfonía repleta de estridencias y un intento precipitado de bajar a la calma, la esperanza.

Los detalles que me mueven a la risa no van precedidos de pompa. Es tan interesante mezclar esa sutileza con el garrotazo habitual en cada episodio. Los diálogos lo son prácticamente todo, aunque la acción está resuelta con una economía de ritmo soberbia y de agradecer, vistos los excesos de otras obras.

Ojalá esta manera de contar fuese habitual, ojalá sintiese el pulso creador en otras historias. Lo cierto es que no es así. Sigo adorando el cine y detestando esa tendencia de las series al "vamos a dosificar con cuidado el capítulo para alargar el pastel todo lo posible". Entre medias, me queda Whedon y su cariño sincero por unos personajes que te hacen recuperar la ilusión.