Dos años después de la irrepetible "El cazador", la aventura vital de tres amigos, voluntarios en Vietnam, Michael Cimino intenta reeditar el éxito apostando fortísimo en una enorme producción que multiplicó riesgos, presupuestos, y que contó además con un reparto de muchos ceros a la derecha, con el resultado que ya todos conocéis.
Repitiendo la fórmula de los ilusionados jóvenes obreros de Pennsylvania, a los que la vida acecha con aviesas intenciones; sitúa en esta ocasión a unos idealistas, recién licenciados en Harvard, 20 años después de la fiesta de graduación, para revalidar aquellos versos tristes de Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".

Hoy queda claro que nadie traspasó aquellas puertas del zénit, que se cerraron en las narices de Cimino sin dejarle atisbar qué habia del otro lado. Sin duda la inesperada borrachera de dólares aturdió a los valedores del proyecto que acabaron por descentrarse, marearse, coger miedo y, llegando a tropezones hasta la mesa de montaje, parir una obra extraña que, aunque posteriormente ha sido mejorada con el corte del director, carece de la argamasa que pega sentimientos, rellena fugas e incredulidades y embellece los tiempos muertos; virtudes que, aunque humildes, impactan al espectador.

¡Claro que hay momentos gloriosos!, ciertamente dispersos. ¡Claro que la fresca y provocativa juventud de Isabelle Huppert encandila y casi acompleja!. ¡Por supuesto que está bien contado ese final del siglo XIX y sus conflictos con la inmigración!, desgraciadamente 130 años después la historia se repite. Los actores tienen el suficiente peso como para dar empaque a unos personajes que juegan con la épica, aunque al gran Christopher Walken de "The Deer Hunter" yo le encuentre desubicado...
Sí, son muchos flashes que anuncian grandeza, pero falta continuidad.