En algún lugar de Dinamarca, cuatro profesores de instituto, amigos inmersos en la cuarentena, intentan recuperar la vida que, sin darse cuenta, les ha abandonado como un mal desodorante. Deciden apoyarse en el alcohol para mejorar sus expectativas relacionales (alumnos, esposas, ligues circunstanciales, amable soledad, hijos...), materializar sueños inconclusos, seguir cultivando la ilusión...; en definitiva, mejorar su autoestima y recuperar las claves de la juventud.
Eso sí, sabiendo que es un aliado peligroso al que encomiendan su fututo bienestar, lavarán sus conciencias, por si acaso, con un escuálido soporte científico, una especie de tesis doctoral sobre los beneficios de la ingesta de espiritosas.

Los daneses, como muchos europeos acomodados del Norte, experimentan un vacío existencial cuando los objetivos más inmediatos han sido alcanzados. Su actividad se ralentiza y necesitan una espoleta para dar sentido a los muchos años que quedan por delante. Cada cual buscará, con más o menos éxito, el generador de llama; y nuestros amigos, coinciden los guionistas (Tobias Lindholm yThomas Vinterberg), van a elegir un material tan inestable como la nitroglicerina.

Ese darlo todo por la sociabilización, por la recuperación de las buenas sensaciones, por las praderas floridas de la desinhibición, por dar una nueva oportunidad a lo que de verdad somos...; amenaza casi siempre el confort, el prestigio ante los demás y lo conseguido con tanto esfuerzo, aunque ya para nada nos sirva.