Cuando conocemos personas que nos desconciertan e incomodan por su agrio carácter, su eterna mueca de tristeza, su mirada perdida y su crónica insensibilidad... Cuando calificamos a estos seres inanimados de gentes sin corazón, tal vez deberíamos concederles el beneficio de la duda y pensar que esas ausencias vitales, que convierten a estos individuos en sepultureros de la alegría de vivir, son producto del robo o extirpación practicado por otros animales de su especie, sí, esa que dice tener el término "humano" entre sus atributos.

Andar por el mundo como un boxeador sonado, un zombie sin apetito o un pollo sin cabeza; despertar cada mañana deseando no haberlo hecho; hablar con los demás como si lanzaras las palabras contra los muros de un frontón; trabajar como un autómata; echar quina para endulzar el café... Este es el día a día y el modus vivendi de Solly Nazerman, ese misterioso alemán que instaló en la esquina un negocio de préstamos. ¡Se dicen tantas cosas de él!, pero también se dice que ninguna es cierta.

Condenado para siempre a subir la pesada carga a la montaña y a resultar aplastado por ella tras rodar por la ladera, una dualidad que puede parecer imposible pero que sufren de manera repetida las víctimas de estrés postraumático. Y este es el serio problema del señor judío que tiene un extraño tatuaje en su brazo, ese tipo tan frío y antipático. Aunque, ¡quién sabe!, lo mismo tiene razones para ser así y cambiaríamos de opinión si supiéramos porqué se ha venido a esconder a Brooklyn, un lugar tan poco recomendable en estos inicios de los años 60 del siglo XX.

Sin duda, Rod Steiger, es invadido en este film por el ultracuerpo, surgido de la novela de Edward Lewis Wallant; aunque en esta ocasión por una buena causa, para que comprendamos mejor a los vecinos malhumorados que no responden a nuestros alegres buenos días y seamos conscientes de que, efectivamente, ellos han tenido menos suerte que nosotros, que aún no nos hemos dado de bruces con el infierno.