Kandahar, de Mohsen Makhmalbaf, es un emocionante ejemplo de cine militante; del que se hace para que sirva de altavoz de las necesidades inmediatas, en materia de derechos humanos fundamentales. Cuando alguien con talento, como el realizador iraní del que hablamos, tiene además conciencia, pone su arte al servicio de los demás para que las posibles soluciones a los problemas de las poblaciones, en este caso la afgana, lleguen más temprano que tarde.

La historia que nos relata, basada al parecer en la vida real, acentúa la desgracia añadida de ser mujer en una comunidad gobernada por un sector ultra-ortodoxo islámico, los talibanes; que por cierto llegaron al poder, apoyados por los USA, para desalojar a los comunistas. Está escrita y realizada, esta película, antes de los hechos de las Torres Gemelas y la coincidencia de su estreno la hizo más conocida de lo que hubiera sido en normales circunstancias. La posterior invasión de los estadounidenses, con la excusa de la búsqueda de Bin Laden y "democratizar" la zona, no ha cambiado excesivamente la vida de las que siguen enterradas bajo un burka y sometidas a todo tipo de tropelías por parte de los jefes tribales y las autoridades religiosas.

El impacto que sufre Nafás al volver, desde una Canadá que inicia el siglo XXI, al medievo más atroz, es el lógico de un larguísimo viaje en el tiempo, de un retroceso brutal.
La obra, dura y aleccionadora, no carece de coloridas y bellas imágenes que ponen la única nota de esperanza en un porvenir que se antoja harto difícil.
Imprescindible para bucear más allá de los telediarios y las noticias oficiales.