Cada fotograma de Kieslowski, de este 5º mandamiento, podríamos enmarcarlo como peldaño que nos conduce, a través de la condición humana, al acto más necio de los muchos reprobables que acometemos de forma habitual. Pocas cosas tan innecesarias y abominables como acabar con la vida de un ser racional utilizando la traición y la cobardía, o el abuso y el poder, para atribuirnos la facultad de segar hálitos como si fuéramos embajadores de la muerte. No importa que el inútil hecho de privar a alguien de su derecho a respirar, sea un suceso individual o social, siempre será una actuación vergonzosa y vomitiva, solo justificada por los más insensibles y condenada por un colectivo cada vez más amplio, al que pertenecen también muchas víctimas, que no quieren multiplicar por dos la violencia aplaudiendo la existencia de la pena de muerte.

El añorado Kieslowski trenza de forma magistral las existencias cotidianas y rutinarias de tres hombres, dentro de una ciudad, una jornada que amaneció siendo un día cualquiera, para acabar siendo una fecha marcada en rojo y negro en la historia de cada uno.
Un taxista, un joven estudiante recién graduado y un campesino, callejean, toman café y planean el momento y el devenir, hasta la hora que el destino había escogido para convertir sus sueños en pesadillas.

Jacek y Piotr volverán a encontrarse un año después y ya no compartirán libertad; los dos se estrellarán contra los convencionalismos.