La mayor parte de las veces la belleza y la emoción aparecen de la forma más sencilla. Richard Farnsworth, una segadora, los campos de trigo de Iowa y la preciosa banda sonora se bastan y se sirven para crear, como dice Boyero, un regalo impagable para la historia del cine.

Una lástima que el señor Lynch no se prodigue con este tipo de historias. Por El hombre elefante y Una historia verdadera se le recordará en un futuro, y no por sus películas oníricas tan aplaudidas por los modernos tipo Terciopelo azul, Mullholland Drive y demás paranoias.

Volviendo al film, poco más que añadir. A quién no le toque el corazón es que no tiene corazón. Por mi parte, nada me gustaria más que llegar a anciano y poder decir, con sinceridad, como el viejo Alvin Straight: "He aprendido a separar el grano de la paja y dejar que las cosas pequeñas se las lleve el viento." No conozco forma más elevada de sabiduría.