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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
7
Animación. Fantástico. Aventuras En una época en la que reinan la superstición y la magia, los lobos están considerados como una fuerza demoníaca que debe ser eliminada. Robyn es una joven aprendiz que viaja hasta Irlanda junto a su padre para erradicar al último grupo de lobeznos que conoce, pero la situación cambia cuando Robyn salva a Mebh. Su amistad la lleva a conocer el mundo de los denominados "Wolfwalkers", transformándose en aquello que su padre la ha mandado a destruir.  [+]
15 de abril de 2021
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Wolfwalkers, una sencilla y humilde película de animación hecha desde el corazón que, aunque no brille por su originalidad, sí que consigue transmitir una serie de valores increíblemente bellos a través de sus grandes personajes para todo tipo de público. Y digo que no brilla por su originalidad porque sus semejanzas con grandes obras de Studio Ghibli, como La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997) o Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988) son demasiado obvias, tanto en argumento como en su mensaje, pero Ross Stewart y Tom Moore saben pincelarla con los matices idóneos para que se sienta fresca, natural y salvaje.

La historia se antoja como la fábula de Caperucita Roja, donde la protagonista, una niña llamada Robyn (Honor Kneafsey), se adentra en los bosques irlandeses para toparse con el temible lobo feroz. Pero describir así la película sería muy injusto. Para comenzar, los directores nos sitúan en el contexto histórico de la ocupación inglesa de la Irlanda del s. XVII, más concretamente en la etapa donde Oliver Cromwell, Lord Protector (Simon McBurney), estaba al mando. Esto tuvo severas consecuencias para el pueblo irlandés; su cultura fue condenada al ostracismo por el fanatismo religioso, sus verdes tierras se quemaban bajo el fuego de la industria, sus leyendas y mitos desaparecían del imaginario colectivo. El capitalismo y el cristianismo colocaban la soga en el cuello de Irlanda. Y esto es una de las cosas que hacen más grande esta película. Que, aun con ese marco tan miserable y penoso que reprime a nuestros personajes, los directores son capaces de adentrarnos, junto Robyn, en un bosque de esperanzas y sueños donde podemos fantasear durante poco más de 100 minutos con la convivencia entre hombres, pueblos y naturaleza.

Todo esto es tratado con un tacto encantador que radica en las evoluciones de los conflictos que presentan sus personajes y cómo afectan a sus relaciones y, por tanto, al desarrollo de la película. La soledad es diseccionada utilizando la ausencia del progenitor como un gélido bisturí que atemoriza a nuestras dos protagonistas, haciéndolas perderse en el mismo bosque de desesperación y tristeza, pero también haciendo que se encuentren y se entiendan porque, ¿quién quiere estar solo? Este sentimiento ya es presentado a golpe de vista con el plano áureo que arranca la película donde un ave pareciera ahogarse en la soledad de una laguna. Un sentimiento duro para los hijos de familias monoparentales abandonados e incomprendidos por las vicisitudes del cruel mundo de los adultos que tan bien reflejadas quedan en Bill (Sean Bean), padre de Robyn, y Moll (Maria Doyle Kennedy), madre de Mebg (Eva Whittaker).

El uso de los colores es realmente precioso y simbólico. Los más apagados, térreos y grises en su mayoría, son relegados a hacer visible la decadencia y la tristeza de la ciudad, empobrecida y sometida por el yugo inglés. Por otra parte, los más vivaces permanecen en el bosque donde Robyn y Mebg olvidan la soledad, plagado de verdes, marrones y naranjas. Colores que evocan una estampa otoñal idílica, pero melancólicamente caduca por lo que el trasfondo insinúa durante todo el argumento.

La banda sonora es una delicia, ornamentada de motivos irlandeses con los que se adapta esa preciosa y acertadísima canción de Aurora Aksnes, Running With The Wolves, usada de manera inmejorable para la creación de un universo entero, de una noche interminable condensada en la secuencia más bella de toda la película, más semejante a un sueño que a un fragmento de celuloide. Wolfwalkers nos habla de corderos con pieles de lobo y de lobos con pieles de cordero en una época que es lejana, pero que Moore y Stewart nos acercan en una metáfora apasionantemente lírica sobre nuestra relación con la naturaleza, con otras culturas y, sobretodo, con nosotros mismos. (7.5).
Tiggy
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