Un producto británico que quiere jugar en las grandes ligas de la irreverencia, pero que termina pinchando. La familia que conforman Deb, la madre, esposa abandonada con apuros económicos, y las hijas veinteañeras, la depresiva Josie y la dependiente Billie, no puede ser más disfuncional. Deb solo piensa en cazar a un buen partido que las saque de la precariedad, Josie solo vive para lamentarse de vivir y Billie se empeña una y otra vez en engancharse a un tío que no para de pasar de ella.

Los primeros compases son un monumento a la irreverencia y al humor grueso, incluso escatológico, tan falto de límites como pueda ser el de Sacha Baron Cohen. Se toma a guasa temas tan serios como la depresión, el suicidio o el aborto sin por ello dejar de resultar simpática. Por lo general, funciona gracias a la química entre las tres actrices y lo disparatado de las situaciones. El contrapunto del estoico Dev juega una baza apreciable frente a las tres zumbadas que tiene delante, pero no esperen encontrar a nadie normal. Se juega continuamente a presentar dramas reales desde una óptica cómica y desenfadada, y a ratos se invita a la reflexión.

El problema es que la fórmula se agota al cuarto episodio, lo cual, siendo seis en total de apenas media hora cada uno, supone un serio hándicap. Las situaciones se enroscan cada vez más, y la hipérbole que antes hacía gracia empieza a cansar. Es una miniserie que claramente va de más a menos, perdiendo fuelle al no lograr mantener el punto cómico de los dramas que nos muestra, es decir, lo que era su punto fuerte al inicio.